viernes, 20 de marzo de 2009

teoría formal del sujeto - introducción

Alain Badiou

Lógicas de los mundos

El ser y el acontecimiento/2

Libro 1

Teoría Formal del Sujeto

(Meta-física)


[versión .rtf disponible aquí]


1. Introducción

La estrategia de pensamiento que gobierna este libro es la siguien­te: dar a ver desde el principio lo que no es plenamente inteligible sino al final. En efecto, ¿qué es un sujeto singular? Es el portador activo (o corporal, u orgánico) del sobrepaso dialéctico del materia­lismo simple. La dialéctica materialista dice: "No hay más que cuer­pos y lenguajes, sino que hay verdades". El "sino que" existe en tanto sujeto. Dicho de otro modo: si un cuerpo se revela capaz de producir efectos que exceden el sistema cuerpos-lenguajes (y tales efectos se llaman verdades), se dirá de ese cuerpo que está subjetivado. Insista­mos sobre lo que se podría llamar la inducción sintáctica del sujeto. Ciertamente, no es el pronombre -el "yo" o el "nosotros" de las pri­meras personas- su marca, sino el "excepto", el "sino que", el "salvo que" por el cual viene a hacer inciso, en el fraseado continuo de un mundo, el frágil centelleo de lo que no tiene lugar de ser.

Lo que no tiene lugar de ser: hay que tomar esto en sus dos senti­dos posibles. Es aquello que, según la ley trascendental del mundo, o del aparecer de los entes, no debería ser, y también lo que se sustrae -fuera de lugar- a la localización mundana de las multiplicidades, al lugar del ser: al ser-ahí. Portado por un cuerpo activo intramundano, un sujeto prescribe sus efectos, y sus consecuencias, por incisión y tensión de lo que organiza los lugares.

No me equivocaba yo, hace más de veinte años, en mi Théorie du sujet, cuando organizaba la dialéctica del espiado [esplace] (digamos, más sobriamente, de los mundos) y del fuerlugar [horlieu][1] (digamos, de los sujetos que inducen, como forma de un cuerpo, las verdades). Salvo que, justamente, iba derecho hacia la dialéctica, sin extraer todas las consecuencias -de Gran Lógica- del materialismo obligado, del que declaraba en esa época, por una oscura conciencia de su com­pacidad, que era como la oveja negra del rebaño de las ideas. Que las verdades estén constreñidas a aparecer en-cuerpo, tal es el problema cuya amplitud no medía, y que tal vez no me planteaba. Ahora tengo en claro que el pensamiento dialéctico de un sujeto singular supone que se sepa qué es un cuerpo eficaz, un exceso lógico del sistema cuerpos-lenguajes, en resumen, que se domine no sólo la ontología de las verdades sino lo que las hace aparecer en un mundo, el estilo de su despliegue, la severidad de su imposición a las leyes de lo que las rodea localmente, todo aquello cuya existencia "sujeto" recapitula desde el momento en que su sintaxis es la de la excepción.

¿Cómo iniciar aquí, entonces, la exposición de tal dialéctica, dado que ignoramos, por el momento, los primeros principios de la lógica del aparecer, y no sabemos siquiera qué es un mundo, qué es un obje­to, y por lo tanto menos aún qué es un cuerpo? Y bueno, es posible hablar de entrada del sujeto, porque la teoría del sujeto es esencial­mente formal. Expliquémonos.

Un sujeto se presenta siempre como lo que formaliza los efectos de un cuerpo según cierta lógica, productiva o contraproductiva. Así, un partido comunista, en los años veinte / treinta, es un cuerpo político subjetivado que, confrontado con situaciones obreras y populares, pro­duce efectos a veces legibles como avances hacia la construcción de una conciencia pública revolucionaria (como el compromiso de apoyo a la guerra anticolonial dirigida en el Rif por Abd el-Krim), o bien efectos reactivos (como la lucha antiizquierdista del Partido Comunis­ta francés entre Mayo del 68 y las elecciones de 1974), o efectos liqui­dadores desastrosos (como las prácticas del Partido Comunista alemán a principios de los años treinta). Del mismo modo, una serie de obras musicales, digamos las de los grandes vieneses entre Pierrot lunaire de Schónberg (1913) y la última cantata de Webern (1944), construye un cuerpo artístico subjetivado que, en el contexto de una impotencia verificada de la música tonal, produce efectos de ruptura sistémica y, al mismo tiempo, la sedimentación de una nueva sensibilidad (bre­vedad, importancia del silencio, unidad de parámetros, fracaso de la "narración" musical, etcétera). Se ve entonces que el sujeto es lo que impone la legibilidad de una orientación unificada a la multiplicidad del cuerpo. El cuerpo es un elemento compuesto del mundo; el sujeto, lo que fija en el cuerpo el secreto de los efectos que él produce.

Por eso podemos presentar desde el principio las figuras del sujeto sin tener los recursos para pensar el devenir efectivo, o concreto, de un sujeto históricamente determinado, que sólo está expuesto al pensa­miento bajo la condición de una descripción del cuerpo que lo soporta. Llamamos a esta presentación de las figuras, indiferente a las particu­laridades corporales: teoría formal del sujeto. Que la teoría del suje­to sea formal quiere decir, muy precisamente, que "sujeto" designa un sistema de formas y de operaciones. El soporte material de ese sistema es un cuerpo, y la producción del conjunto -el formalismo portado por un cuerpo- es una verdad (sujeto fiel), o una negación de verdad (suje­to reactivo), o una ocultación de verdad (sujeto oscuro).

La meta de este libro 1 es esbozar una presentación del formalismo, en particular, definir y simbolizar las operaciones, luego justificar la tipología (sujeto fiel, sujeto reactivo, sujeto oscuro). Se remite luego a la tan difícil cuestión de los cuerpos, que supone la totalidad de la Gran Lógica (libros II a IV), la teoría del cambio real (libro V) y la teoría de la decisión formal, o teoría de los "puntos" trascendentales (libro VI). De los cuerpos, se supondrá entonces, por el momento, la existencia y la naturaleza, cuestiones elucidadas en el libro VII a costa de una dura tarea. Del mismo modo, aunque un sujeto sólo es, en definitiva, el agente local de una verdad, no se hará más que rozar la doctrina de las verdades, cuya articulación se da en detalle en otros textos, y primero, naturalmente, en El ser y el acontecimiento. Se deducirá de todo esto que de lo que se trata, aquí, es indudablemente de la forma-sujeto. Para pensar esta forma, basta con asumir que el formalismo subjetivo sopor-lado por un cuerpo es aquello que expone una verdad en un mundo. No obstante, presentaremos sucintamente las modalidades subjetivas. Allí cruzaremos las tres figuras subjetivas y los cuatro procedimientos de verdad (amor, ciencia, arte, política).

Decir que hay teoría (formal) del sujeto se toma en el sentido fuerte: del sujeto, no puede haber sino teoría. "Sujeto" es el índice nomi­nal de un concepto que hay que construir en un campo de pensamien­to singular, aquí la filosofía. Finalmente, afirmar que del sujeto debe haber una teoría formal se opone a tres determinaciones (dominantes) del concepto de sujeto:

  1. "Sujeto" designaría un registro de la experiencia, un esquema de distribución conciente de lo reflexivo y de lo irreflexivo: es la tesis que conjunta sujeto y conciencia, y que se despliega, actualmente, como fenomenología

  1. "Sujeto" sería una categoría de la moral. Esa categoría desig­naría (tautológicamente) el imperativo, para todo "sujeto", de consi­derar a todo otro sujeto como un sujeto. Solamente a posteriori, y de manera incierta, esa categoría normativa deviene teórica. Llevan a esa conclusión, actualmente, todas las variedades del neokantismo.

  1. "Sujeto" sería una ficción ideológica, un imaginario mediante el cual los aparatos del Estado designan -Althusser decía "interpe­lan"- a los individuos.

No podría haber, en ninguno de estos tres casos, una teoría formal e independiente del sujeto.

Si el sujeto es, en efecto, un esquema reflexivo, es donación inme­diata e irrecusable, y tenemos que describir su inmediatez en los tér­minos apropiados para la experiencia. Ahora bien, en una experiencia, el elemento pasivo, lo que llega a ser con anterioridad a toda construc­ción, no es susceptible de caer bajo un concepto formal. Son los con­ceptos formales, por el contrario, los que presuponen una donación pasiva, ordenados como están de acuerdo con la organización sintética de lo dado.

Si el sujeto es, ahora, una categoría moral, está en el registro de la norma y, a tal título, puede ser sin duda lo que está en juego en una forma, por ejemplo imperativa ("Respeta en todo individuo el sujeto humano que es"), pero no la forma misma. Esta acepción del sujeto, como se ve claramente, por lo demás, hoy en día, se contenta con la evidencia empírica del cuerpo vivo. Lo que hay que respetar es el cuer­po animal como tal. Las formas no son más que las de ese respeto.

Si el sujeto es, en fin, una construcción ideológica, su forma es sin cuerpo, pura determinación retórica apropiada para un mandato del Estado. No se podría hablar, entonces, de un formalismo materialista. Y de hecho, para Althusser y sus sucesores, "sujeto" es la determi­nación central de los idealismos. En el fondo, el sujeto es demasiado inmediato en el caso fenomenológico, demasiado corporal (o "biopolítico") en el caso ético, demasiado formal en el caso ideológico.

Es preciso decir que le debemos a Lacan -en la estela de Freud, pero también de Descartes- el haberle abierto una vía a una teoría formal del sujeto cuyo asiento es materialista, y que fue oponiéndose a la fenomenología, a Kant y a cierto estructuralismo -se lo consta­ta- como sostuvo el rumbo de esa vía.

El punto de partida absoluto es que una teoría del sujeto no podría ser la teoría de un objeto. Justamente por eso es sólo teórica (sin más empina que la metafórica) y tendencialmente formal. Que el sujeto no sea un objeto no prohíbe, sino que exige, no solamente que haya de él un ser, sino que haya de él, también, un aparecer. Sin embargo, en este libro 1, sólo se trata de las formas típicas de esta aparición, teniendo presente que, a falta de una teoría completa de los cuerpos, no suponemos del sujeto más que su acto puro: cargar a un cuerpo efi­caz con un formalismo apropiado. Eso es tanto como decir que, bajo la denominación de "sujeto", no hablaremos aquí sino de las formas del formalismo.

Situaría de buen grado esta empresa paradójica, la de decir la forma de lo que no es más que el acto de una forma, entre dos enun­ciados de Píndaro. Primero, un extracto de la I Olímpica: "El rumor de los mortales sobrepasa el decir la verdad". Lo cual significa que, aunque sometida a las verdades, la forma-sujeto (el "rumor de los mortales") es también como un sobrepaso, un franqueamiento de cada verdad singular en dirección de una suerte de exposición de la potencia de lo Verdadero. Luego, un extracto de la VI Nemea: "Sin embargo, en un punto nos parecemos, ya sea como gran espíritu, ya como naturaleza, a los Inmortales". Lo cual quiere decir que, al no ser sino forma, y en tanto forma —en el sentido de la idea platónica—, el sujeto es inmortal. En suma, oscilamos entre una construcción res­trictiva (o condicionada) y una exposición amplificante (o incondi­cionada). El sujeto es estructura, absolutamente, pero lo subjetivo, afirmación de la estructura, es más que una estructura. Es una figura (o un sistema de figuras) que "dice" siempre más que las combina­ciones que lo soportan. Llamaremos operaciones a los esquemas que fijan la estructura-sujeto. Hay cuatro operaciones: la barra, la conse­cuencia (o implicación), la tachadura (o barra oblicua) y la negación. La apariencia de una quinta, la extinción, depende más de los efectos que de los actos. Llamaremos destinaciones a los esquemas que están ligados a las figuras del sujeto. Hay cuatro destinaciones: la produc­ción, la negación, la ocultación y la resurrección. Suponemos, de un extremo al otro, que hay en el "mundo" en que el sujeto despliega su forma:

— un acontecimiento, que dejó una huella. Anotaremos a esta huella ε. La teoría del acontecimiento y de la huella se encuentra en el libro V, pero sólo es comprensible si se supone la lógica por entero (trascenden­tal, objeto, relación), o sea, la totalidad de los libros II a IV;

— un cuerpo proveniente del acontecimiento, al que anotaremos C.. La teoría del cuerpo ocupa todo el libro VII (el último), que supone una comprensión bastante completa de los libros II a IV

Como se ve, lo que es "difícil" no es el sujeto, es el cuerpo. La físi­ca es siempre más difícil que la meta-física. Esta dificultad (por venir) no es un obstáculo por el momento. Que la teoría del sujeto pueda ser formal significa, en efecto, que no tenemos necesidad de saber de entrada qué es un cuerpo, ni siquiera que existe un cuerpo, como tampoco necesitamos conocer, con el rigor requerido, la naturaleza de los acontecimientos. Nos basta con suponer que hubo en el mundo una ruptura real, a la que llamamos un acontecimiento, una huella de esa ruptura, ε, y finalmente un cuerpo C, correlacionado con e (que no existe como cuerpo sino bajo la condición de la huella aconteci­miental). La teoría formal del sujeto es entonces, bajo la condición de ε y de C (huella y cuerpo), teoría de las operaciones (figuras) y de las destinaciones (actos).

[Alain Badiou, Lógicas de los mundos: el ser y el acontecimiento, 2.- 1ª ed. –Buenos Aires: Manantianl, 2008.]



[1] (n. del t.) En el neologismo esplace se condensan los sustantivos espace ("espa­cio") y place (en su acepción de "lugar" atribuido o asignado: porción de espacio que algo o alguien ocupa o debe ocupar), y lo traducimos por "espia­do", condensación entre "espacio" y "plaza" (también en su acepción de lugar atribuido o asignado, como las plazas en una sala de teatro, por ejem­plo). En términos de Badiou, en Théorie du sujet, el esplace es el espace de placement (el "espacio de emplazamiento"). En el neologismo horlieu se contrae la expresión hors-lieu, también neológica, que remite a hors de lien (literalmente, "fuera de lugar"), y lo traducimos por una contracción aproximadamente equivalente, "fuerlugar". El horlieu, en palabras de Badiou, es el término que se incluye en el lugar en tanto fuera de lugar (el que no está pre­visto en el espacio de emplazamiento), es decir, como excepción. En el con­texto de Lógicas de los mundos remite, evidentemente al "sino que", "excep­to que" o "salvo que" de las verdades inducidas por un sujeto.

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